Hoy le cedo la palabra a David, my brother del alma, para que os cuente de primera mano la experiencia de un alojamiento realmente exclusivo, único y original.
En Mayo tuve la suerte de llegar (no demasiado oxidado, creo) a los cincuenta años de vida. Tranquilos, que este post no va de profundas y emotivas reflexiones retrospectivas, ni de consejos sobre cómo evitar la hernia discal en la cincuentena. Este post va de una experiencia única en un lugar muy especial.
En Mayo tuve la suerte de llegar (no demasiado oxidado, creo) a los cincuenta años de vida. Tranquilos, que este post no va de profundas y emotivas reflexiones retrospectivas, ni de consejos sobre cómo evitar la hernia discal en la cincuentena. Este post va de una experiencia única en un lugar muy especial.
Y pude disfrutarla gracias a que mis dos hermanas favoritas, tuvieron la magnífica idea de regalarnos a mi pareja y a mí un precioso bono de una noche en Les Cols Pavellons, el complejo recientemente abierto junto al reputado y biestrellado restaurante Les Cols de Olot.
Como no se cumplen 50 todos los años, reservamos también una mesa para cenar en el famoso restaurante. Y hacia allí salimos un viernes por la tarde desde Barcelona.
Al llegar, ya sin la luz del día, nos sorprendió mucho descubrir que Les Cols no está situado en un paraje idílico, en medio de un hayedo lejos de Olot, sino en un polígono industrial muy cerca de la carretera del Eix Pirinenc (antigua N-260). Pero el diseño del complejo, la arquitectura de los pabellones y el aislamiento creado por las cañas y los árboles obraron el milagro.
Y un milagro es el que ha conseguido el estudio de arquitectos RCR. El acero, el vidrio, el agua y la tierra volcánica son los únicos elementos de un bellísimo trampantojo que recrea el paisaje de La Garrotxa en cada uno de los pabellones. El volcán, el agua, el bosque, el cielo estrellado. Nada más, pero nada menos.
Como una celda cartuja, en el pabellón solamente había una cama, de tipo futón, un sencillo lavabo de vidrio, una ducha en el techo para evocar la lluvia y una pequeña piscina cuadrada, de agua caliente, con lecho de cantos rodados negros. Sumergirse en ella a la luz de la luna fue como bañarse en una poza de un río a los pies de un volcán apagado.
Ya de noche cenamos en el restaurante. Otra maravilla, que merece un post aparte.
Al día siguiente nos trajeron el desayuno al pabellón a la hora exacta que habíamos encargado. Queso y embutido de La Garrotxa, tostadas y zumo. Simple y delicioso.
Pero toda felicidad es efímera y llegó la hora de dejar Les Cols. Para atenuar la amargura de la vuelta a la realidad nos obsequiaron con unas preciosas estampas de paisajes de La Garrotxa y una "bossa per fer camí", con ensalada, pan, vino, y el queso y el embutido sobrantes del desayuno. Nos la comimos en el cráter del volcán Santa Margarida, después de una preciosa caminata.
Solamente espero que Les Cols siga abierto en 2061 y que Laura y Susana se acuerden de regalarnos otra noche en Les Cols Pavellons.